
ANEXOS AL REGLAMENTO DE REGIMEN INTERNO
ANEXO I
MANUAL FORMATIVO PARA HERMANOS, COSTALEROS Y DEVOTOS.
Los acólitos o monaguillos, lectores, comentadores y miembros de la “schola cantorum”, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico.
Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y el orden que convienen a tan gran ministerio y les exige con razón el pueblo de Dios.
Con ese fin, es preciso que cada uno a su manera esté profundamente penetrado del espíritu de la liturgia y que sea instruido para cumplir su función debida y ordenadamente. (Concilio Vaticano II. Constitución sobre la Sagrada Liturgia, n.29)
1.- OBJETO DEL MANUAL
Las Reglas de la Hermandad indican que la formación, organización y seguimiento del Cuerpo de Acólitos de la Hermandad, es responsabilidad del capitular, Promotor Sacramental y de Cultos, y para lo que contará con la colaboración de un diputado auxiliar, sobre todo en la selección de los hermanos que formarán parte del mismo.
Este manual tiene por tanto el objeto de facilitar esta labor formativa y organizativa de manera que los hermanos y aquellos que se integren en el Cuerpo de Acólitos, estén suficientemente preparados para desarrollar su importante misión, en los cultos internos y externos que prescriben las Reglas de la Hermandad.
En este manual se encontrará información sobre cuestiones fundamentales en el ejercicio de su ministerio, algunas son de aplicación más inmediata, como por ejemplo lo que debe hacer durante la celebración de la misa, y otras de alcance más amplio.
Servir a Jesucristo en el altar en medio de su comunidad de discípulos es un don muy preciado. Sin duda lo irás descubriendo poco a poco, y convenciéndote, y sabrás apreciar todo lo que eso significa. De momento, y para empezar, deberás estar atento a todo lo que te enseñen, y fijarte en lo que hacen los demás acólitos que llevan ya tiempo en este servicio. Ser servidor del altar es algo serio y al mismo tiempo muy bonito. Tú has sido elegido para serlo. Que por muchos años puedas llevar a cabo este ministerio.
Este manual se ha redactado por la aportación de “El libro del monaguillo” preparado por Jaume González Padrós y editado por el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona.
PRIMERA PARTE: FORMACION DEL HERMANO, COSTALERO Y DEVOTO.
2.- EL CEREMONIAL
En este apartado se tratarán algunas normas tal como figuran en el “Ceremonial de los Obispos”, documento de la Iglesia que se ha publicado sobre estos temas y que contiene detalles ceremoniales (todo lo que se dice del Obispo puede referirse al Sacerdote celebrante, presidente de la asamblea).
Según la enseñanza del Concilio Vaticano II hay que procurar que los ritos resplandezcan con una noble sencillez. Esto tiene valor también para la liturgia episcopal, por más que en ella no se deba desatender el profundo respeto y reverencia debidos al Obispo, en el cual está presente el Señor Jesús en medio de los creyentes y de quien como gran sacerdote, deriva y depende de cierto modo la vida de sus fieles.
Además, puesto que en las celebraciones litúrgicas del Obispo habitualmente participan los diversos órdenes de la Iglesia, cuyo ministerio se manifiesta más claramente con esta forma de celebración, en ellas conviene que resplandezcan la caridad y el honor mutuo entre los miembros del cuerpo místico de Cristo, y para que también en la liturgia se lleve a la práctica el precepto apostólico: “Estimando en más cada uno a los demás”.
Por tanto, antes de pasar a describir cada rito, parece oportuno anticipar normas aprobadas por la tradición, y que es necesario observar.
2.-1.- VESTIDURAS DE LOS PRESBITEROS Y DE LOS OTROS MINISTROS
La variedad de ministros en la Iglesia se pone de manifiesto, en el culto, a través de la diversidad de las vestiduras sagradas, que contribuyen también a la belleza de la acción litúrgica. Asimismo, el hecho de que los ministros lleven unos vestidos distintos de los ordinarios, ayuda a ver que la liturgia nos introduce en un mundo distinto que no es el de la calle. Los diferentes elementos que componen estas vestimentas son:

El alba. Es la vestidura litúrgica común para todos los ministros de cualquier grado. Es una túnica blanca que puede ir más o menos ceñida al cuerpo. Si es necesario se puede ajustar a la cintura con un cíngulo (que puede tener forma de cordón o cinta de tela más o menos amplia)

El amito. Es una pieza de ropa, normalmente blanca, que se pone bajo el alba y tiene la función de tapar el cuello del vestido ordinario cuando el alba no lo cubre todo. Puede tener forma de capucha.

La estola. Es una pieza de tela que puede ser de color blanco o de los demás colores que usa la liturgia. El sacerdote se coloca la estola en torno al cuello, dejando que cuelgue ante el pecho; el diácono la lleva cruzada, pasando del hombro izquierdo, por encima del pecho, hasta el lado derecho del cuerpo, sujetándola ahí. Con ella, y por la forma de llevarla, quedan identificados los ministros ordenados ante la asamblea.

La casulla. Es un manto amplio, abierto por los lados (sin mangas) y con una abertura en el centro para pasar por ella la cabeza. Cubre todo el cuerpo, y además de identificar al presidente de la eucaristía, lo viste totalmente casi hasta los pies, de modo que da a su figura un aspecto digno y elegante. La casulla es el vestido propio del sacerdote que celebra la misa, y las demás acciones sagradas directamente relacionadas con la misa. Se coloca sobre el alba y la estola.

La dalmática. Es también un vestido de forma elegante, semejante la casulla pero con mangas. Es la vestidura propia del diácono y se pone sobre el alba y la estola. Es la vestimenta más habitual de los acólitos.

La capa pluvial. Es una pieza de ropa muy amplia, que cubre todo el cuerpo, sin mangas y abierta por delante de arriba abajo, que se sujeta con un broche. El sacerdote puede ponerse la capa pluvial en las procesiones, en la exposición del Santísimo, en la liturgia de las Horas y en algunas otras acciones litúrgicas según las normas de cada rito.

El humeral. Es el paño que se pone sobre los hombros el que, por ejemplo, lleva el Santísimo en una procesión o da con él la bendición al pueblo. Utilizando esta pieza de ropa se significa el gran respeto que tenemos por el Cuerpo de Cristo, digno de la máxima reverencia.

El roquete o sobrepelliz. Se viste sobre la sotana, y es de color blanco, como un alba recortada, con mangas algo más cortas de lo normal, y no se ciñe a la cintura. Lo pueden utilizar los ministros para celebrar la liturgia, siempre que no tengan que vestir la casulla o la dalmática; tampoco lo pueden utilizar en la concelebración de la misa. Actualmente cada vez se utiliza menos, puesto que se prefiere utilizar el alba en todos los casos.
- 2.2.- LAS INSIGNIAS EPISCOPALES
El obispo lleva unas insignias que lo identifican como lo que es, cabeza y pastor del pueblo de Dios, a imagen de Aquel que es su única Cabeza y pastor, Jesucristo.

La mitra. Cubre la cabeza con dos bandas que cuelgan sobre los hombros llamadas ínfulas. El obispo ornamenta su cabeza con la mitra para significar que representa a Aquel que es Cabeza del pueblo de Dios.
El báculo. Es un bastón largo, que recuerda que el obispo es el pastor de la diócesis, imagen del Buen Pastor, Jesucristo.
El anillo. Signo de fidelidad y del amor del obispo a la Iglesia.

La cruz pectoral. Es una cruz que cuelga sobre el pecho mediante una cadena alrededor del cuello.
El palio. Pequeña estola de lana blanca con seis cruces negras a su alrededor que reposa sobre los hombros de los arzobispos y que es signo de su autoridad y de su comunión con la sede de Roma. Se pone sobre la casulla.
2.3.- LOS COLORES LITURGICOS
La diversidad de los colores en las vestiduras sagradas expresan, a lo largo del año litúrgico, el carácter propio de cada uno de los tiempos y fiestas que celebramos. Son los siguientes:
- El color blanco. Se utiliza en los oficios y misas del tiempo de Pascua y de Navidad. También en las fiestas y memorias del Señor, excepto la de su Pasión; en las fiestas y memorias de la Virgen María, de los santos ángeles, y de los santos no mártires. También se utiliza en la celebración de los sacramentos (excepto en la penitencia y la unción de los enfermos).
- El color rojo. Se utiliza el domingo de Ramos y el Viernes Santo; el domingo de Pentecostés; en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas de los apóstoles y los evangelistas, y en las celebraciones de los mártires.
- El color verde. Se utiliza en los oficios y misas del tiempo ordinario.
- El color morado. Se utiliza en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. También se puede utilizar en los oficios y misas de difuntos. Asimismo, es el color propio para celebrar los sacramentos de la penitencia y de la unción de los enfermos.
- El color negro. Se suele utilizar en las misas de difuntos.
- El color rosado. Se puede utilizar el domingo III de Adviento (Gaudete) y el domingo IV de Cuaresma (Laetare).
2.4.- LOS OBJETOS LITURGICOS
Para celebrar la misa y las demás acciones litúrgicas son necesarios distintos objetos. Algunos de ellos son totalmente indispensables, mientras que otros colaboran a la belleza y el decoro de la celebración. Son los siguientes:
- La cruz. Es el signo de nuestra redención, del sacrificio de Cristo y de su victoria sobre la muerte. La situamos sobre el altar o cerca de él, de modo que todo el pueblo la pueda ver bien. También abre las procesiones litúrgicas.
- Los candelabros o ciriales. En ellos ponemos las velas para que iluminen festivamente nuestras acciones litúrgicas, y se sitúan sobre el altar o a su alrededor, colocados de modo que el conjunto resulte armonioso. También acompañan a la cruz en las procesiones, a ambos lados, así como la proclamación del evangelio en las celebraciones solemnes (ciriales). También al terminar la misa de la Cena del Señor, el jueves santo, se acompaña la Eucaristía a la reserva con un cierto número de ciriales. Los que llevan los ciriales procesionalmente se llaman los “ceroferarios”.

Los vasos sagrados: el cáliz y la patena. De entre los objetos para celebrar la misa, merecen un honor especial los vasos sagrados, especialmente el cáliz y la patena, en los que se ofrecen el pan y el vino, se consagran y se comulga. El cáliz tiene forma de copa, y en él se pone el vino que ha de ser consagrado. La patena es el recipiente en el que se coloca el pan que está destinado a la comunión. Ambos deben ser lo suficientemente grandes según el número de personas que participan en la misa; también al recipiente del pan se le denomina copón por la forma de copa que ha tenido durante mucho tiempo. El nombre de patena también se emplea para designar a la que el monaguillo sostiene bajo la boca del que comulga, para evitar que si cayera el pan eucarístico fuera a parar al suelo.

El corporal. Es una pieza de ropa cuadrada que se pone sobre el altar cuando se preparan las ofrendas, y sobre ella se depositan el pan y el vino de la eucaristía. El nombre proviene del Cuerpo del Señor que reposará sobre él en la celebración de la misa. También se utiliza para la adoración del Santísimo, y puede ponerse también sobre una mesilla cuando se lleva la comunión a los enfermos
- El purificador. Es una pequeña toalla que se utiliza sobre todo para limpiar el cáliz y la patena después de la comunión.
- El lavabo. Con esta expresión, además de indicar el gesto de lavar las manos al sacerdote que preside la eucaristía antes de la plegaria eucarística, también queremos significar los utensilios que empleamos para ello: una jarra con agua, un recipiente para ponerlo bajo las manos y recogerla, y la toalla con la que se seca.
- La palia. Se puede utilizar para cubrir el cáliz para que no caiga nada en su interior.
- Las vinajeras. Son dos jarras que contienen una el vino y la otra el agua para el cáliz. Lo mejor es que sean de cristal y la del vino mayor que la del agua (porque agua sólo se pone un poco en el cáliz). El monaguillo sirve las vinajeras al sacerdote o al diácono y este pone el vino y el agua en el cáliz.
- El incienso y el incensario. El incienso es una resina especial muy aromática. En la celebración litúrgica su uso es signo de adoración a Cristo Señor. En la misa son incensadas todas aquellas personas o cosas que se refieren a Cristo: el altar porque está ungido con el crisma y, sosteniendo el Cuerpo y Sangre del Señor, es signo y recordatorio permanente de Cristo; el evangeliario porque es la misma Palabra de Cristo; el sacerdote porque celebra la liturgia representando a Cristo Cabeza y Pastor de su pueblo; la asamblea porque evoca la presencia de Cristo (allí donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, Mt 18,20); y también se inciensa la cruz que está junto al altar y, al inicio de la misa, la imagen de la Virgen o del santo titular de la Iglesia. El incienso con el humo oloroso que se eleva al cielo, es también signo de la oración de los cristianos que sube hasta Dios. Así mismo llamamos incensario al recipiente que sirve para ofrecer incienso. Se aguanta con tres cadenas y contiene un pequeño brasero en el que se ponen los carbones encendidos sobre los que se tira el incienso para que al quemarse desprenda su aroma. Está cubierto por una tapadera que sube y baja mediante una cuarta cadena. Su uso exige una cierta pericia y no se puede utilizar sin haberlo preparado y ensayado antes. Al incensario también puede llamársele turíbulo, y el que lo lleva recibe el nombre turiferario. En las procesiones va delante de todos, precediendo a la cruz y los ciriales.
- La naveta. Es el recipiente en el que se lleva el incienso. Se llama así por la forma de pequeña nave que tradicionalmente ha tenido. Va acompañada de una cuchara, más o menos artística, que sirve para echar el incienso sobre los carbones encendidos.
- El hisopo. Es el objeto que sirve para asperjar con agua bendita. Es un instrumento metálico que lleva en la cabeza del mango una bola con agujeros que retienen y esparcen el agua.
- El cirio pascual. Es un cirio grande que se enciende al principio de la Vigilia Pascual y que simboliza la luz de Cristo resucitado. Durante todo el tiempo de Pascua está en el presbiterio, preferentemente junto al ambón, y luego el resto del año está en el baptisterio. También se coloca junto al féretro en las exequias.

La custodia. Es un objeto de metal en el que se coloca el pan eucarístico, el Cuerpo de Cristo, para mostrarlo a los fieles. Se usa sobre todo para la procesión del día del Corpus y en la exposición mayor del Santísimo.

El palio. Es el dosel sostenido por cuatro o más varas largas que cobija, en las procesiones, al sacerdote que lleva la custodia o una imagen sagrada.

La credencia. Es una pequeña mesa situada en el presbiterio, en un lugar discreto, sobre la que colocamos los vasos sagrados antes de llevarlos al altar, y todas las demás cosas que necesitamos en un momento determinado durante la celebración. Desplazarse a buscar el pan y el vino a la credencia resulta un gesto significativo de preparación de la Eucaristía.
2.5.- LOS LIBROS LITURGICOS
Los libros que se utilizan en la celebración litúrgica son los siguientes:
- El Misal. Es el libro que contiene las oraciones propias de la misa y señala los ritos que hay que seguir para celebrarla. Este libro lo usa el sacerdote que preside y también los concelebrantes en la plegaria eucarística. Primero se coloca cerca de la sede, lugar donde se sienta el que preside, y luego en el altar. Se le acerca al sacerdote siempre que lo necesita.
- El Leccionario. Es el libro en el que se encuentran las lecturas bíblicas que se leen en las acciones litúrgicas. Hay cuatro clases de leccionarios:
- El dominical y festivo. Contiene las lecturas para todos los domingos del año y las principales fiestas y solemnidades, y está dividido en tres ciclos (A, B y C), según el evangelista que se lee cada año; en el A (San Mateo), en el B (San Marcos) y en el C (San Lucas).
- El ferial. Contiene las lecturas de las misas de los días laborables.
- El santoral. Contiene las lecturas para las celebraciones de los santos.
- El de misas diversas. Contiene las lecturas para las misas rituales, por motivos diversos, votivas y de difuntos.
- El Ritual. Es el libro que contiene las celebraciones de los distintos sacramentos (excepto la misa) y también de los sacramentales.
- El Pontifical. Es el libro que contiene las oraciones y los ritos para las celebraciones de los sacramentos y sacramentales reservados a los obispos: confirmación, orden sagrado, bendición de los santos óleos, bendición de los abades y abadesas, consagración de vírgenes, institución de lectores y acólitos, dedicación de iglesias y altares.
- La oración de los fieles. Es un libro de composición libre, en el que se recogen distintos formularios para la oración universal de la misa. Con este libro pedimos por todas las personas y ejercemos así la intercesión delante de Dios.
- La liturgia de las Horas. Es el libro de la oración de toda la Iglesia. En él encontramos salmos, lecturas bíblicas, escritos de los santos padres, himnos, intercesiones. Comprende la oración de la mañana (laudes), la hora intermedia, la oración del atardecer (vísperas), completas (antes del descanso nocturno), y el oficio de lectura. Tienen obligación de rezar con estas oraciones los ministros ordenados, los monjes y monjas, y los religiosos. Pero es una oración de toda la Iglesia, que todos los bautizados, todos los cristianos, están también invitados a rezar.
2.6.- EL AÑO LITURGICO
La Iglesia celebra con un recuerdo sagrado, en días determinados a lo largo del año, la obra salvadora de Cristo. Cada semana, en el día llamado “del señor” o domingo, hace memoria de la resurrección de Jesús, que además, una vez al año, celebra unida con su pasión en la máxima solemnidad de la Pascua. Explica todo el misterio de Cristo en el ciclo del año, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la espera de la venida del Señor. El año litúrgico se divide en cinco tiempos litúrgico:
- Adviento. La palabra adviento viene del latín “adventus”, que significa llegada. Es el tiempo de cuatro semanas antes de la Navidad, y forma unidad con ella y con la Epifanía. La primera parte de este tiempo llega hasta el 16 de diciembre, y en ella la Iglesia mira a la segunda venida del señor; la segunda parte, del 17 al 24 de diciembre, la liturgia nos prepara a las celebraciones del nacimiento de Cristo.
- Navidad. Todos los años el 25 de diciembre los cristianos celebramos el nacimiento del Hijo de Dios. Este tiempo litúrgico comienza la atardecer del día 24 y termina el domingo después de la Epifanía, es decir, el domingo del Bautismo del Señor. La solemnidad de la Epifanía (6 de enero) es muy importante; en ella celebramos la manifestación de Cristo Jesús a todos los pueblos de la tierra, representados en los magos de Oriente. Y aún podemos destacar también que la solemnidad del día de navidad se alarga durante ocho días, hasta el 1 de enero, solemnidad de Santa María, Madre de Dios; y el domingo que hay dentro de estos ocho días es la fiesta de la Sagrada Familia.
- Cuaresma. Esta palabra viene del latín “quadragesima dies” y significa “el día cuarenta” antes de la Pascua. Comienza el miércoles de ceniza y termina el jueves santo por la tarde, antes de la misa de la Cena del Señor. Durante cuarenta días, pues, los cristianos nos preparamos para la Pascua, y lo hacemos escuchando la Palabra de Dios, rezando, haciendo obras de caridad y de penitencia. Así imitamos a Jesús que, durante cuarenta días y cuarenta noches, se retiró al desierto a orar al Padre y a ayunar. De este modo nuestra vida se renueva muriendo al pecado y resucitando a la vida de Dios. Al final de este tiempo encontramos la Semana Santa. Comienza con el domingo de Pasión o de Ramos, y acaba al empezar el domingo de Pascua. Por tanto abarca los últimos días de la Cuaresma hasta el jueves santo por la tarde, y los dos primeros días del Triduo Pascual.
- Triduo Pascual. El Triduo (que significa tres días) Pascual está formado por el viernes y sábado santos, y por el domingo de Pascua, considerando la misa vespertina del jueves santo de la cena del Señor como su prólogo o introducción. El Triduo Pascual termina al terminar el domingo de resurrección. El viernes y el sábado no se celebra la Eucaristía, en espera de la gran Vigilia Pascual. Además el viernes santo y, según la oportunidad, también el sábado santo, se celebra el sagrado ayuno de la Pascua.
- Tiempo de Pascua. Comienza el domingo de la resurrección del Señor y dura cincuenta días hasta el domingo de Pentecostés, en que celebramos la venida del Espíritu Santo. Durante estas semanas se alarga la fiesta como si se tratase de un gran domingo, sobre todo la primera semana, llamada “octava de Pascua”. Durante este tiempo vivimos la alegría de la resurrección y la victoria del amor de Dios sobre el pecado y la muerte. El Aleluya resuena durante estas semanas con todo su vigor.
- Tiempo ordinario. Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año en las que no se celebra ningún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino que se recuerda más bien ese misterio en su globalidad, principalmente los domingos. El tiempo ordinario comienza el lunes siguiente al domingo posterior al 6 de enero, es decir, el día siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, y se extiende hasta el martes antes de la Cuaresma; y se retoma de nuevo el lunes siguiente al domingo de Pentecostés para acabar el día antes del primer domingo de Adviento. Durante estas semanas se pone en evidencia la primacía del domingo cristiano, y se nos ofrece la escuela permanente de la Palabra bíblica. Asimismo, nos hace descubrir el valor del día a día, y de qué manera la vida cotidiana es también un tiempo de salvación.
2.7.– LOS SIGNOS DE REVERENCIA
Hay una serie de gestos a realizar con la cabeza y el cuerpo que significan respeto. No hacen inclinación, ni genuflexión aquellos que porten objetos, que se usan en la celebración, como por ejemplo la cruz, los cirios, el Evangeliario.
- Reverencia en general. Son de dos tipos; la inclinación y la genuflexión.
- Inclinación. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas mismas o a aquellos que las significan. Hay dos especies de inclinaciones: de cabeza y de cuerpo.
- La inclinación de cabeza se hace al nombre de Jesús, de la Bienaventurada Virgen María y del santo en cuyo honor se celebra la misa o la Liturgia de las Horas.
- La inclinación del cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar, cuando en él no está presente el Santísimo Sacramento; al Obispo; antes y después de la incensación; y cada vez que los distintos Libros Litúrgicos lo ordenan expresamente.
- Genuflexión. Se hace solo con la rodilla derecha, doblándola hasta el piso, significa adoración, y por esta razón se reserva al Santísimo Sacramento, sea que esté expuesto, sea que esté reservado en el Sagrario; también a la Santa Cruz desde la solemne adoración dentro de Acción Litúrgica del viernes santo en la Pasión del Señor, hasta el principio de la vigilia Pascual.
- Inclinación. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas mismas o a aquellos que las significan. Hay dos especies de inclinaciones: de cabeza y de cuerpo.
- Reverencia hacia el Santísimo Sacramento. Todos los que entren en la Iglesia no descuiden adorar al Santísimo Sacramento, sea visitándolo en su capilla, sea por lo menos haciendo la genuflexión. Asimismo hacen genuflexión todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento, a no ser que vaya procesionalmente.
- Reverencia hacia el altar. Saludan el altar con inclinación profunda todos los que se acercan al presbiterio, o se retiran de él, o pasan delante de él.
- Reverencia hacia el Evangelio. En la misa, en la celebración de la Palabra y en una vigilia prolongada, mientras se proclama el Evangelio, todos están de pie y, de ordinario, vueltos hacia el que lee. El diácono se dirige al ambón llevando solemnemente el Evangeliario, lo preceden el turiferario que lleva el incienso y los acólitos que llevan los ciriales. El diácono o sacerdote, de pie en el ambón y vuelto hacia el pueblo, después que haya saludado a la asamblea, teniendo juntas las manos, con el dedo pulgar de la mano derecha signa con el signo de la cruz, primero el libro sobre el principio del Evangelio que va a leer, después se signa a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, diciendo: Lectura del Santo Evangelio. Después el diácono o sacerdote inciensa tres veces el Evangelio, es decir, en el medio, a la izquierda y a la derecha. En seguida lee el Evangelio hasta el final.
- Reverencia hacia el Obispo y otras personas. Saludan al Obispo con inclinación profunda los ministros, los que se acercan a él, o terminado el servicio, se retiran o pasan delante de él. Cuando la cátedra del Obispo está detrás del Altar, los ministros saludan al altar o al Obispo, según se acerquen al altar o al Obispo, pero eviten, en cuanto sea posible, pasar entre el Obispo y el altar, a causa de la reverencia a ambos.
2.8.- INCENSACION
El rito de incensación expresa reverencia y oración. La materia que se coloca en el incensario, debe ser o sólo y puro incienso de olor agradable, o si se le agrega algo, procúrese que la cantidad de incienso sea mucho mayor.
- Uso en la Misa estacional del Obispo. Se utiliza el incienso en
- Durante la procesión de entrada.
- Al comienzo de la misa, para incensar el altar.
- Para la procesión y proclamación del Evangelio.
- En la preparación de los dones, para incensar las ofrendas, el altar, la cruz, al Obispo, a los concelebrantes y al pueblo.
- En el momento de mostrar la hostia y el cáliz, después de la consagración.
En otras misas se puede utilizar incienso, cuando se juzgue oportuno. El Obispo, si está en la cátedra, o en otra sede, se sienta para poner incienso en el incensario, de no ser así, pone el incienso estando de pie; el diácono le presenta la naveta o dos acólitos pueden acercarse al Obispo, uno lleva el incensario y el otro la naveta, y el Obispo bendice el incienso con el signo de la cruz, sin decir nada. Después el diácono recibe el incensario de manos del acólito y lo entrega al Obispo, colocando la parte superior de las cadenas en la mano izquierda del Obispo y el incensario en la derecha.
Antes y después de incensar, se hace inclinación profunda a la persona u objeto que se inciensa; se exceptúa el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa.
Con tres movimientos dobles se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del altar, el libro de los Evangelios, el cirio Pascual, el Obispo o el presbítero concelebrante, la autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada celebración, el coro y el pueblo, el cuerpo del difunto. El diácono inciensa a todos los concelebrantes al mismo tiempo. Por último, el diácono o acólito inciensa al pueblo desde el sitio más conveniente.
El Santísimo Sacramento se inciensa de rodillas.
Las moniciones o las oraciones que han de ser oídas por todos; no las diga el Obispo antes de que termine la incensación.
3.- LA CELEBRACION LITURGICA DE LA EUCARISTIA
La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
- La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal.
- La liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias y la comunión.
Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto”; en efecto, la mesa preparada por nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor.
3.1.- LA REUNION
Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. Él es sumo sacerdote de la Nueva alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el Obispo o el presbítero (actuando “in persona Christi capitis”) preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo “Amén” manifiesta su participación.
3.2.- LA LITURGIA DE LA PALABRA
En la misa podemos decir que se nos preparan dos mesas para que podamos alimentar nuestra vida cristiana. La primera de estas mesas es la de la Palabra de Dios, esta mesa tiene lugar en el ambón. Es muy importante. Cuando en la celebración de la Eucaristía leemos las páginas de la Biblia, celebramos la Palabra de Dios, y al hacerlo, estamos celebrando a Jesucristo, ya que Él es la misma Palabra que se hizo hombre. Por eso, cuando en la misa escuchamos las lecturas estamos escuchando a Cristo. De modo que hay que estar muy atentos. Y si alguna vez tenemos que proclamar la Palabra de Dios, tenemos que prepararnos bien, y recordar que por nuestra voz está hablando el Señor.
- La Primera lectura. En los domingos y las fiestas importantes, en la misa proclamamos tres lecturas. La primera, casi siempre (excepto en el tiempo Pascual) es del Antiguo Testamento. Son narraciones de la historia del pueblo de Israel, de los escritos de los profetas, etc. Esta lectura nos prepara muy bien para comprender el Evangelio que se leerá después. Nos ayuda a descubrir de que forma desde el tiempo del pueblo de Israel, Dios prepara la venida de su Hijo y su salvación. El sacerdote, en la predicación, nos ayudará a ver esa relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con todo, nosotros al escuchar la primera lectura, ya nos disponemos a ver de que modo estas palabras escritas hace tantos siglos se cumple en Jesús.
- El Salmo responsorial. A continuación se canta el salmo responsorial. El libro de los salmos es también del Antiguo Testamento, y recoge las oraciones más queridas e importantes porque forman parte de la Biblia y, así nos hablan de Cristo. Se llama responsorial porque normalmente, en la misa, un salmista canta o lee el salmo, y todos respondemos una frase, como en un diálogo. Este momento, por tanto, dentro de la liturgia de la Palabra, no sólo es para escuchar sino también para rezar, en respuesta a la primera lectura que se nos ha proclamado.
- La Segunda lectura. Después de haber escuchado una lectura del Antiguo Testamento y haber rezado con las palabras del salmo, ahora nos disponemos a escuchar atentamente lo que nos dirá el Apóstol. En el Nuevo testamento tenemos algunas cartas que los apóstoles enviaban a los cristianos de su tiempo, explicando lo que significa ser cristiano; forman parte de la Biblia y, por tanto, son Palabra de Dios. Proclamamos las cartas de San pablo, San Pedro, San Juan, etc., porque son los primeros testigos de las palabras y las obras de Jesús, y sobre todo, de su muerte y resurrección. Así, siendo como somos una Iglesia Apostólica, cada vez que escuchamos las palabras de los apóstoles reafirmamos nuestra fe en Jesucristo.
- El Evangelio. En este momento la liturgia de la Palabra alcanza su culminación. Y lo expresamos con gestos y con mayor solemnidad. En primer lugar, el que proclama el Evangelio es un ministro ordenado, un diácono o, si no lo hay, un sacerdote. Todos nos ponemos de pie para escuchar las mismas palabras de Cristo. Asimismo, si la celebración es solemne, podemos acompañar el libro del evangelio con cirios e incienso. Una vez el ministro ha proclamado el evangelio, besa el libro (son las palabras de Cristo). Con todos estos gestos, así con el canto del aleluya que ha precedido a la lectura, queremos expresar que la proclamación del evangelio es el momento culminante de esta primera parte de la misa.
- La Homilía. Después de haber escuchado la proclamación del evangelio, el sacerdote que preside, o bien algún otro ministro ordenado que concelebra, dirige a toda la asamblea unas palabras. Es la homilía. Así, explica lo que hemos escuchado en las lecturas bíblicas, para que podamos entenderlas bien, y nos ayuda a aplicarlas a nuestra vida diaria. La homilía nos exhorta a acoger ésta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios, y a ponerla en práctica.
- La profesión de fe. Es lo que lamamos Credo, palabra latina que quiere decir “Creo”, y con ella comienza la profesión de fe. Todos nos ponemos de pie, y, si es domingo o una solemnidad, a una sola voz recitamos esta fórmula en la que expresamos, con toda la Iglesia, qué es lo que creemos. Después de haber escuchado a Dios en las lecturas de su Palabra, ahora todos le respondemos diciendo que creemos en todo lo que nos ha revelado, en todo lo que nos ha enseñado en la Sagrada Escritura y, especialmente, en la persona de su Hijo Jesucristo. Es como un diálogo. Dios habla y nosotros escuchamos; luego nosotros hablamos, manifestando nuestra fe, y Dios escucha complacido.
- La oración de los fieles. Antes de llevar las ofrendas al altar y comenzar así la liturgia eucarística, tiene lugar la oración de los fieles. En ella todos los que estamos reunidos en asamblea cristiana, nos acordamos de nuestros pastores, el Papa, nuestro Obispo y los demás Obispos; también pedimos por toda la Iglesia, y para que haya paz en el mundo y prosperidad, así como por todos los hombres y mujeres, hermanos nuestros, que sufren por algún motivo. Para todos pedimos la ayuda de nuestro Dios. También rezamos por nuestros difuntos, para que sus pecados sean perdonados y no nos olvidamos de los que estamos en misa en aquel momento. También por nosotros intercedemos pidiendo la bendición del Señor. Es una plegaria muy importante, y por eso hay que hacerla muy bien.
3.3.- LA LITURGIA EUCARISTICA
Comienza la segunda parte de la misa. Ahora nos disponemos a participar de la segunda mesa, la del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta segunda mesa es el altar. Para comprender el desarrollo de esta parte de la misa, podemos recordar las palabras del evangelio, cuando nos cuentan lo que hizo Jesús durante la última cena con sus apóstoles. Sentados a la mesa, el Señor “tomó el pan, pronunció la acción de gracias, lo partió, y lo dio a sus discípulos”. Estos cuatro gestos son los que hacemos en la liturgia eucarística. Aquí la importancia del sacerdote es fundamental. Él hace lo que hizo Jesús y dice lo que dijo Jesús. Es otro Cristo.
- Tomó el pan. La presentación de las ofrendas (Ofertorio). El sacerdote prepara el altar. En las fiestas importantes, algunos miembros de la comunidad, llevan al altar en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. También en este momento se presenta lo que se ha recogido para los hermanos que sufren la pobreza, para significar que la Eucaristía nos tiene que mover a la caridad sincera y generosa. Esta costumbre de la “colecta” se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos. A continuación, cuando el pan y el vino, mezclado con un poco de agua, como hizo Jesús, están ya preparados, el sacerdote toma primero uno y luego otro y, en silencio, dice una oración a Dios; algunos días solemnes, perfuma también esos dones con el incienso, así como el altar, la asamblea y él mismo. Todos unidos como una sola cosa en torno al altar. Terminado este rito, el sacerdote se lava las manos y así se dispone a comenzar la gran oración de la Iglesia. El agua que limpia las manos es una imagen de la gracia de Dios que purifica su corazón.
- Pronunció la acción de gracias. Ahora comienza la plegaria eucarística (la anáfora), el punto culminante de toda la misa. En ella el pan y el vino se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Después del diálogo introductorio, el sacerdote proclama el prefacio. Con él la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, por la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo. Son palabras muy alegres, solemnes, que ponen a toda la comunidad en una actitud de verdadera alegría cristiana. De ahí que, los domingos y días de fiesta, sea tan adecuado que el sacerdote lo cante. Después del Santo, santo, santo, prosigue la plegaria eucarística, y es entonces cuando el sacerdote invoca al Espíritu Santo sobre el pan y el vino (la epiclesis) para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu. Terminada la consagración, toda la asamblea proclama el misterio de la fe que allí se ha realizado. A continuación (la anamnesis) el sacerdote hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él. Esta plegaria de acción de gracias llega a su conclusión en “las intercesiones”. La Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con todos los pastores de la Iglesia, el Papa, el Obispo de la diócesis, sus presbíteros y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus Iglesias. La plegaria eucarística acaba con el Amén comunitario y concluye la oración principal de la misa en la que el pan y el vino se han convertido en Cuerpo y Sangre de Cristo. Así estamos en disposición de comulgar.
- Lo partió. Ahora nos disponemos a participar de él en la comunión. Por eso nos preparamos rezando el “Padrenuestro”; ahí pedimos que el Señor nos dé hoy el pan de cada día, que aquí se refiere a la Eucaristía, y que nos perdone las culpas, de modo que podamos comulgar como es debido, alejados del pecado. Y aún, para mostrar que tenemos en nuestros corazones sentimientos de paz y de perdón, intercambiamos, unos con otros, un gesto de paz. Después de esto, el sacerdote realiza el importante gesto del señor de “partir el pan”. En este gesto vemos a Cristo que da su vida para la salvación de todos los hombres.
- Lo dio a sus discípulos (comunión). Hemos llegado al momento de la comunión. El sacerdote muestra el pan consagrado y partido a la comunidad. El sacerdote, entonces, comulga y, seguidamente, hace lo que hizo el Señor: dar el pan consagrado a los discípulos, diciendo a cada uno “el Cuerpo de Cristo” y cada uno contesta “Amén”. Lo que hemos dicho antes era comunitario, ahora lo pronuncia cada uno. La fe en Cristo es al mismo tiempo personal y comunitario. Después de comulgar, en un breve momento de silencio, cada uno agradece en su interior que el Señor haya querido venir a nuestra Casa, es decir, nuestra vida. Cuando ha terminado la comunión, el sacerdote vuelve al altar y desde allí pronuncia la última oración. Luego bendice a todos invocando a la Santísima Trinidad, mientras hace la señal de la cruz, y luego “despide a la asamblea”. Con ello quiere significar que la celebración ha terminado, y que tenemos que llevar a nuestra actividad de cada día todo lo que hemos visto y oído: la Palabra de Dios y la Eucaristía.
RESUMEN. Podemos decir que la celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y la Sangre del señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
